El parterre es tan triste. Aquel niño sentado solo en el banco cercano a la Estatua. Su padre ya no está. Nunca más estará. La música de la fuente no tiene cuerpo, pero la siente. Y la Estatua le mira. Le señala un lugar lejano en el horizonte donde las flores son azules y los atardeceres dorados. La melodía vuelve y le eleva.
El parterre es tan eterno. Aquel hombre mirando el banco cercano a la Estatua. Su madre ya no está. Nunca más estará. Los paseos están vacíos. Aquella pelota cubierta de barro entre las hojas. La Estatua le sonríe y le abre la puerta del tiempo. Ve al niño en el banco y se sienta junto a él. La melodía vuelve y le eleva y su garganta se llena de emoción y sus lágrimas condensan su alegría.
La madre del niño llega. No le gusta que su hijo hable con desconocidos. Le coge de la mano y se marchan. Ahora el hombre está sentado solo en el banco cercano a la Estatua. La puerta del tiempo se ha cerrado.
domingo, 13 de septiembre de 2009
Yo no soy Walt Whitman
Yo no soy Walt Whitman, pero hoy con su permiso me celebro a mí mismo y a mí mismo me canto.
Aunque no puedo vagabundear ocioso, sí trato de invitar a mi alma, me recuesto, aunque sin conseguir vagar a mis anchas, observando la inmensidad del mar.
Preguntones y vagabundos me rodean. La tensión del día a día permanece, pero al margen de lo que me empuja y arrastra se mantiene lo que soy.
Aunque no puedo vagabundear ocioso, sí trato de invitar a mi alma, me recuesto, aunque sin conseguir vagar a mis anchas, observando la inmensidad del mar.
Preguntones y vagabundos me rodean. La tensión del día a día permanece, pero al margen de lo que me empuja y arrastra se mantiene lo que soy.
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