jueves, 26 de noviembre de 2009

El Malogrado y los tres cerditos


"El malogrado", novela de Thomas Bernhard. Narra la historia de tres hombres. Los tres eran jóvenes virtuosos del piano, que coincidieron en Salzburgo para recibir clases magistrales de Vladimir Horowitz. Esto significó el final de la carrera de dos de ellos, al apreciar el grado de virtuosismo del tercero, Glenn Gould, que nunca podrían alcanzar. El narrador, identificado con el autor, y Wertheimer, los dos frustrados virtuosos, viven una vida gris, que culmina veintiocho años después con el suicidio de "El malogrado" Wertheimer.
La lectura de la novela me hace verme a mí mismo, en la búsqueda de la perfección destructiva. Con los conceptos de todo ó nada, éxito ó fracaso, ganar ó perder, sin posiciones intermedias. Carga genética de sangre manchega paterna que me predispone al sufrimiento y aprendizaje desde la infancia y adolescencia para encontrar en el reconocimiento de los demás el éxito personal.
La perfección, necesaria para conseguir objetivos, pero destructiva cuando se convierte en obsesión. Creo que me he dado cuenta a tiempo. Espero.
Como ejemplo de aprendizaje desde la infancia, la universal historia de los tres cerditos. El más laborioso, inteligente y responsable de los cerditos, construye una sólida casa, que a la postre salva a sus menos brillantes hermanos y a sí mismo de las garras del malvado lobo (el mundo).
Pero ¿no vale la pena ser el cerdito de la casita de paja ó a lo sumo el de la casita de madera? La perfección absoluta nunca se alcanza. Nunca se está lo suficientemente seguro de nada. Un huracán se hubiera llevado la casa de ladrillo del cerdito laborioso. Quizá otro cerdito mejor aún la hubiera construido de hormigón armado ó mejor aún hubiera podido construir un bunker.
Pero la búsqueda de la perfección y la búsqueda de la felicidad ¿donde tienen su punto de equilibrio? ¿en el centro de gravedad permanente que buscaba Franco Battiato?

miércoles, 14 de octubre de 2009

AGORA

Agora es una película muy didáctica. Amenábar nos hace ver lo insignificantes que somos en el universo, a través de las imágenes en el espacio, la pequeñez de la tierra en comparación con esa negrura estrellada; y al mismo tiempo, el fanatismo , el ansia de poder de los manipuladores del cristianismo que se creen el centro del mundo.
Agora condensa toda la negrura de los fanatismos religiosos y la fuerza de la luz del saber. Agora es un desfile de personajes tipo que nos encontarmos a lo largo de nuestra vida: La cobardía, la soberbia, la conveniencia, la traición, la debilidad del ser humano; y la serenidad, el coraje, la pureza, la búsqueda de la verdad, en este caso científica, el espíritu de sacrificio en Hipatia.
Agora me hace pensar en que el avance científico ha perdido 1200 años. El tiempo que va desde Hipatia hasta Kepler, y que si no hubiera sido por el fanatismo religioso, podríamos estar paseándonos por la Luna en una bicicleta espacial, en alguna ciudad que bien podría llamarse Hipatia, en honor a la verdad.

domingo, 13 de septiembre de 2009

El Parterre

El parterre es tan triste. Aquel niño sentado solo en el banco cercano a la Estatua. Su padre ya no está. Nunca más estará. La música de la fuente no tiene cuerpo, pero la siente. Y la Estatua le mira. Le señala un lugar lejano en el horizonte donde las flores son azules y los atardeceres dorados. La melodía vuelve y le eleva.
El parterre es tan eterno. Aquel hombre mirando el banco cercano a la Estatua. Su madre ya no está. Nunca más estará. Los paseos están vacíos. Aquella pelota cubierta de barro entre las hojas. La Estatua le sonríe y le abre la puerta del tiempo. Ve al niño en el banco y se sienta junto a él. La melodía vuelve y le eleva y su garganta se llena de emoción y sus lágrimas condensan su alegría.
La madre del niño llega. No le gusta que su hijo hable con desconocidos. Le coge de la mano y se marchan. Ahora el hombre está sentado solo en el banco cercano a la Estatua. La puerta del tiempo se ha cerrado.

Yo no soy Walt Whitman

Yo no soy Walt Whitman, pero hoy con su permiso me celebro a mí mismo y a mí mismo me canto.
Aunque no puedo vagabundear ocioso, sí trato de invitar a mi alma, me recuesto, aunque sin conseguir vagar a mis anchas, observando la inmensidad del mar.
Preguntones y vagabundos me rodean. La tensión del día a día permanece, pero al margen de lo que me empuja y arrastra se mantiene lo que soy.

domingo, 31 de mayo de 2009

Octavio Paz (II)

Copio fragmento del libro El laberinto de la soledad, apasionante viaje al interior de la conciencia de México (extraido del blog de José Andrés Rojo, El rincón del distraído):

“Le pedimos al amor –que siendo deseo, es hambre de comunión, hambre de caer y morir tanto como de renacer– que nos dé un pedazo de vida verdadera, de muerte verdadera. No le pedimos la felicidad, ni el reposo, sino un instante, sólo un instante, de vida plena, en la que se fundan los contrarios y vida y muerte, tiempo y eternidad, pacten. Oscuramente sabemos que vida y muerte no son sino dos movimientos, antagónicos, pero complementarios, de una misma realidad. Creación y destrucción se funden en el acto amoroso; y durante una fracción de segundo el hombre entrevé un estado más perfecto”.

Eppur si muove

Hoy he visitado con mi familia el MUVIM (Museo Valenciano de la Ilustración y la Modernidad).

Desde aquí quiero rendir este minúsculo homenaje a todos aquellos hombres y mujeres que se llamaron así mismos Ilustrados y que hicieron del siglo XVIII el Siglo de las Luces.

Nicolás Copérnico, Galileo Galilei, Johannes Kepler, Giordano Bruno, Descartes, Bacon, Newton, Volter, Hume, Kant, Rousseau, Meslier, Bayle, Mandeville, Defoe,... y tantos y tantos librepensadores y científicos que nos sacaron del oscurantismo y dieron lugar a los derechos del hombre y a la ciencia moderna.

Leyendo Werther

Se sentó en un banco del parque para continuar leyendo “los sufrimientos del joven Werther”. No llevaba puesto ni el chaleco amarillo, ni la casaca azul, pero le gustaba imaginarse a sí mismo con tan románticas prendas. Se encontraba sumido en su concentrada lectura, justo en el pasaje del regreso del baile, cuando notó que algo del árbol le cayó sobre la cabeza. Instintivamente se llevó la mano al cabello, a la vez que giraba mínimamente la cabeza, lo justo para percibir que ella estaba allí. Se giró, esta vez a conciencia y comprobó que unos metros más allá, tras él, se encontraba sentada en otro banco, la chica con la que todos los días coincidía en el autobús desde hacía tres años. También leía.
Nuestro protagonista, sin ademán alguno, volvió a su posición y trató de continuar su lectura. A duras penas podía concentrarse pensando en el casual encuentro y en la semejanza que ella tenía con Carlota, no solamente en su físico, sino en toda la cristalización de cualidades a cual mejores que su mente había precipitado sobre ella. No habían llegado a intercambiar una palabra, pero él ya sabía que ella era dulce, comprensiva, inteligente, prudente, valiente, entregada, noble,…En definitiva estaba muriendo de amor por ella, igual que el protagonista de su lectura por Carlota.
Así estaba, debatiéndose entre tanto desasosiego, cuando de repente, notó que se acercaba, poco a poco, con suaves pasos, con su vestido azul cuya sombra ya adivinaba. Ahora, aceleradamente, igual que el ritmo de su corazón, trataba de encontrarlas palabras para iniciar su primera conversación, a la vez que comenzaba a levantar la cabeza del libro. Entonces su mirada se encontró con un mendigo, alto y mal trazado, que se había parado delante de él observándolo con atención.
Él se volvió a girar y comprobó que ella ya no estaba. Siguió entonces la mirada del mendigo y se sorprendió al ver que sobre el banco, le habían caído del bolsillo del pantalón unas monedas procedentes del cobro de una porra.
El mendigo entonces caminó un poco hasta sentarse en el banco de al lado. Pero seguía sin quitarle la vista ni a él ni a sus monedas.
Incómodo por ser observado y desilusionado por la desaparición de ella, se levantó recogiendo todas las monedas menos una. Caminó varios pasos y al volver la mirada al banco, observó al mendigo cogiendo la moneda y tumbándose un rato.
Miró el libro y se dijo a sí mismo que el próximo que leería sería Factotum. De repente vio que le seguía un gato.

Escrito por Murray Doherty para Contando que es gerundio.

domingo, 24 de mayo de 2009

Steppenwolf

Ayer reordenando estanterías me topé con dos viejos discos de vinilo de Steppenwolf, el grupo de rock de las décadas de los 60 y 70, autores e intérpretes de la canción "Born To Be Wild" que apareció en la película de Dennis Hopper Easy Rider.

Esta es la portada del disco de 1975.



Esta otra es la portada del doble disco de vinilo LIVE, donde en la pista 4 aparece el tema principal de "Easy Rider". Me gusta esta portada. El lobo es un animal libre, al mismo tiempo que leal con la manada y para ello, como en la imagen, a veces tiene que enseñar los dientes. Pero a diferencia de nosotros, el lobo solo mata para sobrevivir.

El lobo encarna mejor que nadie el espíritu de Easy Rider.
Por eso, Rex, vosotros los canis lupus familiaris, aportáis a los hogares esa vuelta a la naturaleza, ese contacto con nuestros orígenes, que aun sin saberlo tanto echamos de menos en nuestra sociedad en torno a las grandes ciudades.

Por cierto, al volver a ver el comienzo de Easy Reader, vi que la escena que tanto me impactó de Gladiator, donde pasa la palma de la mano por el campo de trigo, para sentir la vida, la naturaleza, está sacada de esta película.



lunes, 18 de mayo de 2009

asleep by the smithes

Comentario de brokentoe que merece una entrada propia.

hoy me preguntaron si me gusta vivir solo. no supe responder, tal vez porque solo podría hacerlo bajo estas condiciones en las que me encuentro en este momento. solo.en todo caso, escribo y percibo a alguien detrás de estas palabras.

desearía poder pedir un favor. tendido en el suelo d mi casa. tumbado, no de rodillas, pero sí en tono de súplica. "canta, tararea hasta q duerma. y vete de puntillas cuando lo haya hecho, pq pese a q te le estoy pidiendo, no soportaría darme cuenta q lo haces."y en ese mismo suelo d mi casa, en esa habitación sin bombilla, en la q fue de noche de forma continua, descubrí q si corría las cortinas, penetraba tanta luz, q era posible, percibir la esencia del mundo del q había huido horas antes.y contesto aunq en voz baja, desearía sentir q la televisión no está puesta gastando luz inútilmente en el salón.

domingo, 3 de mayo de 2009

Octavio Paz

Intercalar de vez en cuando poesía en la vida es una sana actividad para la mente. Así me tropecé con este poema que no me dejó indiferente. Es de Octavio Paz, dentro de Libertad bajo palabra.



LA CALLE

Es una calle larga y silenciosa.
Ando en tinieblas y tropiezo y caigo
y me levanto y piso con pies ciegos
las piedras mudas y las hojas secas
y alguien detrás de mí también las pisa:
si me detengo, se detiene;
si corro, corre. Vuelvo el rostro: nadie.
Todo está obscuro y sin salida,
y doy vueltas y vueltas en las esquinas
que dan siempre a la calle
donde nadie me espera ni me sigue,
donde yo sigo a un hombre que tropieza
y se levanta y dice al verme: nadie.



Como toda obra de arte, la poesía está sujeta a interpretaciones. En cualquier caso yo veo muy patente la soledad y la rutina. El aislamiento en uno mismo.
Si pasáis por aquí me gustaría conocer vuestra opinión.

viernes, 1 de mayo de 2009

Cita en Samarra

Me tomo unas vacaciones con la novela de Thomas Mann, La Montaña Mágica. Voy más o menos por mitad del libro, por la página 500. No sé si alguien que me esté leyendo, habrá leído la famosa novela. Yo tengo sensaciones contradictorias. Sí que estoy disfrutando con el libro, pero no creo necesario 500 páginas para situar al lector en donde estoy ahora mismo. En cualquier caso es un periodo de descanso tras el cual reanudaré la lectura hasta el final. En ese momento escribiré sobre ella.
Ahora comienzo a leer la novela de John O'Hara, Cita en Samarra. Previo al primer capítulo, hay un relato breve de W. Somerset Mugham, que es de donde toma el título la novela, que dice así:
Había un mercader en Bagdad que envió a su sirviente al zoco a comprar provisiones. Al cabo de un rato, el criado volvió pálido y tembloroso, y le dijo: "Amo, cuando estaba en el zoco, una mujer me dio un empujón y al darme la vuelta vi que se trataba de la Muerte. Me miró e hizo un gesto amenazador; por favor préstame un caballo para que huya de la ciudad y escape a mi destino. Iré a Samarra y allí la Muerte no podrá encontrarme". El mercader le prestó su caballo y el sirviente montó en él,le clavó las espuelas en los ijares y partió a todo galope. Luego el mercader vino al zoco y me vio de pie entre la multitud, se me acercó y preguntó: "¿Por qué le hiciste a mi criado un gesto de amenaza esta mañana?" "No era un gesto de amenaza -le contesté-, sino de sorpresa. Me extrañó verlo aquí en Bagdad, pues hoy por la noche tengo una cita con él en Samarra."
Me pregunto hasta qué punto podemos evitar nuestro destino, o si tratando de cambiarlo, no hacemos otra cosa sino precipitarlo. En cualquier caso Cita en Samarra es una novela que promete.

jueves, 23 de abril de 2009

La alegria perfecta


Paseaba un hombre una noche bajo la lluvia. El agua caía suavemente, resbalando sobre su piel y empapando sus sentidos. El frío comenzaba a dejarse sentir. Una sensación de vacío le agujereaba el alma.

Un perro caminaba a su lado.

El perro le miraba girando los ojos sin levantar la cabeza y le seguía. Esos ojos tan familiares. La sensación de vacío iba desapareciendo. No estaba solo. Pensaba en el éxito que siempre había buscado. En el reconocimiento de los demás que nunca llegaba. En la búsqueda en su interior. En ese instante lo único cierto del mundo era que el perro le seguía.

Estaban calados y cansados y no sabían a donde iban. Al hombre se le desdibujaba de donde venían, pero comenzaba a sentirse mejor. Comenzaba a descubrir la alegría perfecta.

lunes, 13 de abril de 2009

La cabaña (por Manuel Vicent)

Dijo Pascal que todo lo malo que le había ocurrido en la vida se debía a haber salido de su habitación. Se trata de un pensamiento muy certero, porque, bien mirado, todos los problemas que uno arrastra a lo largo de los años se derivan del hecho de haber abandonado aquella cabaña que un día montó en el jardín cuando era niño. El mito de la cabaña sigue teniendo hoy una fuerza extraordinaria. No hay escritor, artista famoso, político, hombre de negocios o banquero sacudido por el estrés que no sueñe con retirarse durante un tiempo a vivir en una cabaña lejos del mundo. Existen cabañas de muchas clases, según el subconsciente de cada uno; las hay de indio apache, de pastor, de leñador del bosque, de pescador escandinavo, de expedicionario perdido en el desierto, de náufrago en una isla de los mares del sur. Otras adoptan la forma de castillo medieval, con almena o sin almena, recias e inexpugnables. En todos los parques públicos y en los jardines de infancia se montan cabañas para que los niños jueguen a esconderse o a protegerse de unos enemigos imaginarios. Algunas son muy lujosas, pero ninguna se parece a aquella tan maravillosa y rudimentaria que construimos, cuando éramos niños, con cuatro palitroques y una empalizada de cañas en el desván, en el patio o entre las ramas de un árbol. La seguridad que nos daba aquella cabaña se perdió junto con nuestra inocencia. Un día dejamos de jugar. A partir de ese momento quedamos desguarecidos, solos en la intemperie, lejos del mundo de los sueños, frente a unos enemigos reales. Es evidente que estamos rodeados de basura por todas partes. A cualquier hora del día nunca deja uno de ser agredido por la sucia realidad, por un acto de barbarie o de fanatismo. Pero existen seres privilegiados, que son capaces todavía de montar a cualquier edad aquella cabaña de la niñez en el interior de su espíritu para hacerse imbatibles dentro de ella frente a la adversidad. Si uno la mantiene limpia es como si estuviera limpio todo el universo; si en su interior suena Bach la música invadirá también todas las esferas celestes. Este reducto está al alcance de cualquiera. Basta imaginar que es aquella cabaña en la que de niños nos sentíamos tan fuertes.
Publicado en El País el 12/04/09

Me quedo con la frase "Si uno la mantiene limpia es como si estuviera limpio todo el Universo..." Mi cabaña está limpia y escribo este blog dentro de ella, más bien este blog forma una pequeña parte de ella. Otra parte importante de mi cabaña la conforman mis libros. Ahora mismo me he atrevido con La Montaña Mágica (Thomas Mann). Voy por un tercio de sus más de 1.000 páginas. Me engancha especialmente el enamoramiento de Hans Castorp hacia madame Chauchat. Creo precisamente que Hans ha encontrado en el sanatorio de La Montaña Mágica esa cabaña que perdió a temprana edad con la muerte de sus padres.
El próximo libro que quiero leer y ya lo tengo en la estantería es Carlota en Weimar (Thomas Mann). No tengo ni idea de lo que me voy a encontrar. El libro ha sido un regalo. Hace más de veinte años, me deleité con Werther, así que será una experiencia interesante.
También tengo a mano y con ganas de leer el libro de Sherwood Anderson titulado Winesburg, Ohio. Es curioso, o quizá simple, pero reconozco que me atrae el título.
El libro que acabo de leer es Corre, Conejo de Jhon Updike. Lo comencé leyendo como comedia y ha resultado ser el gran drama de la vida. Conejo corre para escapar de la trampa en la que se encuentra, para caer a la primera de cambio sin darse cuenta en otra trampa idéntica a la que escapó, con lo cual la novela acaba con un Conejo que vuelve a correr pero esta vez totalmente desorientado.
Si pasáis por aquí, bienvenidos a mi cabaña. Si me lo permitís buscaré las vuestras.

viernes, 10 de abril de 2009

¿Yo?

Estoy tumbado en el gran sillón de la casa. Él acaba de entrar por la puerta del comedor y no da crédito a lo que ve. No me gusta el sillón, mejor dicho su sillón. Prefiero el suelo, pero no puedo desaprovechar una ocasión para fastidiarle. Sobretodo cuando está a punto de comenzar el partido de la Champions y yo no quiero perderme el documental de la BBC sobre los orígenes de la relación entre el perro y el hombre. Ya lo he visto decenas de veces. Esta vez, además, él viene bolinga. Como cada vez que me saca a pasear, o mejor dicho, cree que me saca a pasear y le doy una vuelta por los bares de las esquinas. Se toma un pelotazo tras otro mientras le espero en alguno de los bancos. Tan cierto como la relación hombre-perro ó perro-hombre en París. Pero disculpadme, ahora viene la parte que más me gusta del documental. Un grupo de lobos merodean a dos hombres vestidos de cavernícolas, que se están asando un filete de brontosaurio. Menudos imbéciles. ¿Pero de verdad se han creído que los lobos los necesitaban para comer? ¿Creen que los lobos prefieren la carne a la parrilla?

¿El?

Caminaba por la ciudad con aire distraído, con el desenfado de quien afronta el comienzo de un fin de semana poco prometedor, cuando mi pie derecho pisó el cordón del zapato del izquierdo y mi equilibrio se terminó de perder cayendo en la sucia acera. Hacía mucho tiempo que no me había caído en plena calle. Casi me costaba recordar cuando fue la última vez. Pero ahora, lo prioritario era levantarse lo antes posible, como si nada, y furtivamente observar si alguien se reía con mayor ó menor disimulo. Una vez erecto haciendo honor a mi condición de homínido, mi cabeza giró en un rápido y sutil movimiento transmitiéndome la gratificante sensación de ser ignorado por el resto del mundo, cuando de repente habían allí unos ojos mirándome fijamente con cara de sorpresa. Lo siguiente que vi fueron unas pobladas cejas, un bigote y unas orejas ligeramente levantadas, que formaban parte de una cabeza ladeada cuyo rostro mostraba una mezcla de ignorancia e incredulidad. Rápidamente me tranquilicé. Se trataba tan sólo de un perro, que por su condición de cánido no podía hablar, ni tan siquiera reírse.Una vez levantado y tras superar la sorpresa de mi traspié, comencé a sentir una pérdida de estabilidad. La caída me debió afectar al órgano del equilibrio. No importaba. De todos modos podía andar.Me disponía a proseguir mi camino cuando algo llamó mi atención. El perro que hasta el momento había permanecido sentado junto al banco, se puso de pie y dio dos pasos tras de mí. En ese mismo instante la correa que lo sujetaba al banco se tensó y dócilmente se quedó mirándome aullando de manera tenue y lastimosa. Miré a mí alrededor, esta vez de forma arrogante e inquisitorial, para encontrar al responsable de tener a un animal de tan dulce mirada atado en la vía pública. La gente circulaba a nuestro alrededor sin mostrar ningún signo de interés por la escena que estaban presenciando. Me quedé estatua durante unos pocos minutos que me parecieron una eternidad, pero todo seguía igual. No cabía duda de que el perro había sido abandonado por su rastrero dueño. ¿Qué hacer? Esa era la cuestión. Y encima me estaba empezando a entrar un ardor de estómago que por desgracia empezaba a resultarme demasiado familiar.La posibilidad de llamar a la policía local ó a una sociedad protectora no me seducía en absoluto. Podía esperar horas hasta que aparecieran y rellenaran los partes correspondientes. Además el final del que ya consideraba mi amigo, sería muy triste en la perrera municipal. No, eso no iba a tolerarlo. Por otro lado no podía dejarlo ahí, al menos mientras me siguiera mirando de esa forma. No tenía otra alternativa más que soltarlo y luego ya pensaría que hacer.Decidido a cumplir mi propósito, cogí la correa de tela y traté de desatar los nudos. Pero al inclinarme, el mareo se incrementó y el ardor empezó a transformarse en nauseas. Desistí de mi empeño.Me senté en el banco y a mi amigo le faltó tiempo para subirse y apoyarme su hocico en mi muslo derecho, mientras sus ojos miraban hacia arriba para observarme. No cabía duda que era un perro de familia, acostumbrado a tumbarse en la cama que se le pusiera por delante. Descansé unos minutos. Con más tranquilidad observé que el animal estaba bien cuidado. No debía pertenecer a ninguna raza en concreto. Sus padres debían creer en el amor libre sin sometimiento a estándares de razas. El resultado del cruce resultaba satisfactorio. Tamaño mediano, pelo duro de predominio de grises, con los extremos de las patas, las barbas y las cejas de color blanco. Mientras, sin saber como, mi mano derecha se había apoyado en su cabeza, al mismo tiempo que él me lamía la mano izquierda.Comenzaba a hacer fresco. No tardaría en anochecer, y a estas alturas, yo ya estaba decidido a no dejarlo solo en mitad de la noche. Por fin estaba convencido en llevármelo a casa. Mañana con la luz del Sol ya pensaría que hacer.Me levanté del asiento y como un resorte él se puso en pie y comenzó a mostrar su intranquilidad. Pero ahora acerté a ver la hebilla que unía la correa con el collar y la abrí. En ese preciso instante en que el perro se vio liberado, salió disparado como un cohete y tardé tres segundos en perderlo de vista. Adieu mon ami.Me quedé de pie en la acera durante unos instantes, respiré hondo y comencé a sentirme aliviado. Ya no era responsable de ese chucho que no tenía nada de especial.Era hora de regresar a casa. Este encuentro casual me había hecho perder mucho tiempo y presentía que como en tantas otras ocasiones tendría que justificarme. Me dejaba llevar por mis piernas más que por mi cabeza. Acabé cogiendo un taxi. Al tercero que pasó conseguí que parara. Le di mi dirección y le pedí que me dejara en la misma puerta. El taxista sonrió, bajó la bandera y tras recorrer escasamente cincuenta metros paró y me mostró el portal de la finca de mi casa.-Maldita sea, -me dije por lo bajo- ya me la han vuelto a clavar.Bajé del taxi mientras el conductor seguía mostrándome su estúpida sonrisa.-Qué te jodan- atisbe a decirle en el mismo instante en que el capullo daba un acelerón. Todavía me dio tiempo a hacerle un corte de mangas antes de que desapareciera tras girar la esquina.Entonces me percate que estaba parado en mitad de la calzada mientras un conductor esperaba pacientemente a que dejara la vía libre. El coche pasó mientras le hacía una reverencia.Al menos estaba en casa. La puerta del patio estaba abierta. Subí las escaleras. Por fin tenía la suerte de cara, la puerta de casa también estaba abierta. Entraría disimuladamente y me sentaría en mi sillón. Nadie en el recibidor. Continué sigilosamente caminando por el pasillo que desembocaba en el comedor. La televisión estaba en marcha y mi sillón estaba encarado a ella dispuesto a recibirme. Fue entonces cuando me percaté de una presencia que estaba ocupando mi lugar. Seguí acercándome. De repente me encontré sin respiración, sin habla. Era él quien estaba enroscado sobre la tapicería del asiento, con su cabeza apoyada en el brazo del sillón y mirándome con aire de indiferencia.-¿Otra vez te has metido en el bareto de la esquina en lugar de pasear al perro?-oí que me decía mi mujer desde la cocina- ¿Dónde le dejaste mientras te ponías ciego?En ese instante todo cobró sentido y mientras le miraba a él sentado en mi sillón, comprendí que yo era el autentico perro de la casa.
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