Dijo Pascal que todo lo malo que le había ocurrido en la vida se debía a haber salido de su habitación. Se trata de un pensamiento muy certero, porque, bien mirado, todos los problemas que uno arrastra a lo largo de los años se derivan del hecho de haber abandonado aquella cabaña que un día montó en el jardín cuando era niño. El mito de la cabaña sigue teniendo hoy una fuerza extraordinaria. No hay escritor, artista famoso, político, hombre de negocios o banquero sacudido por el estrés que no sueñe con retirarse durante un tiempo a vivir en una cabaña lejos del mundo. Existen cabañas de muchas clases, según el subconsciente de cada uno; las hay de indio apache, de pastor, de leñador del bosque, de pescador escandinavo, de expedicionario perdido en el desierto, de náufrago en una isla de los mares del sur. Otras adoptan la forma de castillo medieval, con almena o sin almena, recias e inexpugnables. En todos los parques públicos y en los jardines de infancia se montan cabañas para que los niños jueguen a esconderse o a protegerse de unos enemigos imaginarios. Algunas son muy lujosas, pero ninguna se parece a aquella tan maravillosa y rudimentaria que construimos, cuando éramos niños, con cuatro palitroques y una empalizada de cañas en el desván, en el patio o entre las ramas de un árbol. La seguridad que nos daba aquella cabaña se perdió junto con nuestra inocencia. Un día dejamos de jugar. A partir de ese momento quedamos desguarecidos, solos en la intemperie, lejos del mundo de los sueños, frente a unos enemigos reales. Es evidente que estamos rodeados de basura por todas partes. A cualquier hora del día nunca deja uno de ser agredido por la sucia realidad, por un acto de barbarie o de fanatismo. Pero existen seres privilegiados, que son capaces todavía de montar a cualquier edad aquella cabaña de la niñez en el interior de su espíritu para hacerse imbatibles dentro de ella frente a la adversidad. Si uno la mantiene limpia es como si estuviera limpio todo el universo; si en su interior suena Bach la música invadirá también todas las esferas celestes. Este reducto está al alcance de cualquiera. Basta imaginar que es aquella cabaña en la que de niños nos sentíamos tan fuertes.
Publicado en El País el 12/04/09
Me quedo con la frase "Si uno la mantiene limpia es como si estuviera limpio todo el Universo..." Mi cabaña está limpia y escribo este blog dentro de ella, más bien este blog forma una pequeña parte de ella. Otra parte importante de mi cabaña la conforman mis libros. Ahora mismo me he atrevido con La Montaña Mágica (Thomas Mann). Voy por un tercio de sus más de 1.000 páginas. Me engancha especialmente el enamoramiento de Hans Castorp hacia madame Chauchat. Creo precisamente que Hans ha encontrado en el sanatorio de La Montaña Mágica esa cabaña que perdió a temprana edad con la muerte de sus padres.
El próximo libro que quiero leer y ya lo tengo en la estantería es Carlota en Weimar (Thomas Mann). No tengo ni idea de lo que me voy a encontrar. El libro ha sido un regalo. Hace más de veinte años, me deleité con Werther, así que será una experiencia interesante.
También tengo a mano y con ganas de leer el libro de Sherwood Anderson titulado Winesburg, Ohio. Es curioso, o quizá simple, pero reconozco que me atrae el título.
El libro que acabo de leer es Corre, Conejo de Jhon Updike. Lo comencé leyendo como comedia y ha resultado ser el gran drama de la vida. Conejo corre para escapar de la trampa en la que se encuentra, para caer a la primera de cambio sin darse cuenta en otra trampa idéntica a la que escapó, con lo cual la novela acaba con un Conejo que vuelve a correr pero esta vez totalmente desorientado.
Si pasáis por aquí, bienvenidos a mi cabaña. Si me lo permitís buscaré las vuestras.
lunes, 13 de abril de 2009
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