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jueves, 18 de febrero de 2010

Clarimonde, la muerta enamorada

Narración encuadrada en el género de terror, pero esta clasificación es un error generalizado.

"La muerta enamorada", es un relato de Théophile Gautier, escrito en 1836, donde se trata fundamentalmente del amor pasión, del que tanto ha escrito Stendhal, y que es capaz en un instante de acabar con la más férrea disciplina y forma de vida del enamorado. El amor pasión que se funde con el misticimo y nos situa a quien amamos en un lugar destinado a las diosas, en un lugar inmortal. Un lugar donde vigilia y sueño se confunden, donde se pierde la línea que separa lo real de lo soñado.

El amor pasión entra de pleno en el concepto místico del erotismo, ó en lo que yo al menos considero el erotismo. Algo que va mucho más allá del contacto sexual, incluso independiente del contacto sexual. Coincido con Juan Benet, tal y como recordaba recientemente José Andrés Rojo, en el pasaje cargado de erotismo de la novela Rojo y Negro de Stendhal, donde Julián Sorel coge la mano de Madame Renal. Yo aporto la escena de La Cartuja de Parma. En mi mente perdura más intensamente desde mi adolescencia, la felicidad de Fabrizio del Dongo, cuando desde la ventana de su celda en la Torre Farnese, veía a la bellísima Clelia y con complicidad se lograba comunicar con ella, diciéndose tanto con tan poco.

jueves, 26 de noviembre de 2009

El Malogrado y los tres cerditos


"El malogrado", novela de Thomas Bernhard. Narra la historia de tres hombres. Los tres eran jóvenes virtuosos del piano, que coincidieron en Salzburgo para recibir clases magistrales de Vladimir Horowitz. Esto significó el final de la carrera de dos de ellos, al apreciar el grado de virtuosismo del tercero, Glenn Gould, que nunca podrían alcanzar. El narrador, identificado con el autor, y Wertheimer, los dos frustrados virtuosos, viven una vida gris, que culmina veintiocho años después con el suicidio de "El malogrado" Wertheimer.
La lectura de la novela me hace verme a mí mismo, en la búsqueda de la perfección destructiva. Con los conceptos de todo ó nada, éxito ó fracaso, ganar ó perder, sin posiciones intermedias. Carga genética de sangre manchega paterna que me predispone al sufrimiento y aprendizaje desde la infancia y adolescencia para encontrar en el reconocimiento de los demás el éxito personal.
La perfección, necesaria para conseguir objetivos, pero destructiva cuando se convierte en obsesión. Creo que me he dado cuenta a tiempo. Espero.
Como ejemplo de aprendizaje desde la infancia, la universal historia de los tres cerditos. El más laborioso, inteligente y responsable de los cerditos, construye una sólida casa, que a la postre salva a sus menos brillantes hermanos y a sí mismo de las garras del malvado lobo (el mundo).
Pero ¿no vale la pena ser el cerdito de la casita de paja ó a lo sumo el de la casita de madera? La perfección absoluta nunca se alcanza. Nunca se está lo suficientemente seguro de nada. Un huracán se hubiera llevado la casa de ladrillo del cerdito laborioso. Quizá otro cerdito mejor aún la hubiera construido de hormigón armado ó mejor aún hubiera podido construir un bunker.
Pero la búsqueda de la perfección y la búsqueda de la felicidad ¿donde tienen su punto de equilibrio? ¿en el centro de gravedad permanente que buscaba Franco Battiato?

domingo, 31 de mayo de 2009

Octavio Paz (II)

Copio fragmento del libro El laberinto de la soledad, apasionante viaje al interior de la conciencia de México (extraido del blog de José Andrés Rojo, El rincón del distraído):

“Le pedimos al amor –que siendo deseo, es hambre de comunión, hambre de caer y morir tanto como de renacer– que nos dé un pedazo de vida verdadera, de muerte verdadera. No le pedimos la felicidad, ni el reposo, sino un instante, sólo un instante, de vida plena, en la que se fundan los contrarios y vida y muerte, tiempo y eternidad, pacten. Oscuramente sabemos que vida y muerte no son sino dos movimientos, antagónicos, pero complementarios, de una misma realidad. Creación y destrucción se funden en el acto amoroso; y durante una fracción de segundo el hombre entrevé un estado más perfecto”.

domingo, 3 de mayo de 2009

Octavio Paz

Intercalar de vez en cuando poesía en la vida es una sana actividad para la mente. Así me tropecé con este poema que no me dejó indiferente. Es de Octavio Paz, dentro de Libertad bajo palabra.



LA CALLE

Es una calle larga y silenciosa.
Ando en tinieblas y tropiezo y caigo
y me levanto y piso con pies ciegos
las piedras mudas y las hojas secas
y alguien detrás de mí también las pisa:
si me detengo, se detiene;
si corro, corre. Vuelvo el rostro: nadie.
Todo está obscuro y sin salida,
y doy vueltas y vueltas en las esquinas
que dan siempre a la calle
donde nadie me espera ni me sigue,
donde yo sigo a un hombre que tropieza
y se levanta y dice al verme: nadie.



Como toda obra de arte, la poesía está sujeta a interpretaciones. En cualquier caso yo veo muy patente la soledad y la rutina. El aislamiento en uno mismo.
Si pasáis por aquí me gustaría conocer vuestra opinión.

viernes, 1 de mayo de 2009

Cita en Samarra

Me tomo unas vacaciones con la novela de Thomas Mann, La Montaña Mágica. Voy más o menos por mitad del libro, por la página 500. No sé si alguien que me esté leyendo, habrá leído la famosa novela. Yo tengo sensaciones contradictorias. Sí que estoy disfrutando con el libro, pero no creo necesario 500 páginas para situar al lector en donde estoy ahora mismo. En cualquier caso es un periodo de descanso tras el cual reanudaré la lectura hasta el final. En ese momento escribiré sobre ella.
Ahora comienzo a leer la novela de John O'Hara, Cita en Samarra. Previo al primer capítulo, hay un relato breve de W. Somerset Mugham, que es de donde toma el título la novela, que dice así:
Había un mercader en Bagdad que envió a su sirviente al zoco a comprar provisiones. Al cabo de un rato, el criado volvió pálido y tembloroso, y le dijo: "Amo, cuando estaba en el zoco, una mujer me dio un empujón y al darme la vuelta vi que se trataba de la Muerte. Me miró e hizo un gesto amenazador; por favor préstame un caballo para que huya de la ciudad y escape a mi destino. Iré a Samarra y allí la Muerte no podrá encontrarme". El mercader le prestó su caballo y el sirviente montó en él,le clavó las espuelas en los ijares y partió a todo galope. Luego el mercader vino al zoco y me vio de pie entre la multitud, se me acercó y preguntó: "¿Por qué le hiciste a mi criado un gesto de amenaza esta mañana?" "No era un gesto de amenaza -le contesté-, sino de sorpresa. Me extrañó verlo aquí en Bagdad, pues hoy por la noche tengo una cita con él en Samarra."
Me pregunto hasta qué punto podemos evitar nuestro destino, o si tratando de cambiarlo, no hacemos otra cosa sino precipitarlo. En cualquier caso Cita en Samarra es una novela que promete.
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